Apego, apego a todas las cosas, a poseer, a tener por razones poco convincentes. Hoy mientras comíamos Xi Liu me decía que coleccionaba llaveros de todos los países. Un llavero, un país, un viaje, un país. No podemos poseer países a no ser que seamos nazis, no podemos como decían los surrealistas poner puertas al campo. Entonces que nos queda, los llaveros y las llaves, tener muchas nos convierte en propietarios de nuestro pequeño mundo. Me casó mi madre. Un mundo de objetos que no necesitamos, pero que podemos contemplar una y otra vez, como aquel niño que se rompió el brazo un día de fiesta. Llevaba siempre consigo su colección de chapas de cerveza en una pequeña cajita, no tenía muchas, pero podía pasar horas mirando cada una de ellas, descifrándolas como si se tratara de un jeroglífico. Oro, el tiempo, en una caja. Todas las pequeñas cosas que hacen feliz al niño que llevamos dentro. Fascículos de esperanza para todos aquellos que han hecho un reino de objetos que hablan como en las películas de Melody Maker. Una colección como apego a la vida, lo único que le da sentido a tener una boca desdentada que muerde el oro viejo de un doblón y lame la cara de un rey olvidado en un sello. Siempre una puerta entreabierta o un resquicio de libertad. El tiempo y tú.